El reto, como país, para posicionar la
virtualidad en la educación superior, va más allá de una reglamentación o
cambio normativo.
Es un desafío de carácter cultural, que pasa porque muchos de
los académicos se convenzan de los beneficios de estas mediaciones, y las
instituciones de educación asuman que las funciones sustantivas de la educación
superior, la rendición de cuentas, los procesos de acompañamiento estudiantil,
la organización de los planes de estudios por créditos académicos y los
resultados académicos esperados en un programa virtual, entre otros, deben
estar en una dimensión igual o superior a los programas de naturaleza
presencial.
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